Este domingo 21 de noviembre, se recuerda el 169 aniversario de la Heroica Defensa de Concepción del Uruguay, un hecho de enorme trascendencia para la historia de la Nación, protagonizado por un pueblo comprometido y valiente, que tuvo decisiva participación en el resultado de la contienda.
La defensa de la ciudad del 21 de noviembre de 1852 impidió el sabotaje del Congreso General Constituyente reunido en Santa Fe, que al año siguiente diera al país la Constitución Nacional, que –con reformas- rige a los argentinos hasta nuestros días.
El 3 de febrero de 1852, en los campos del Palomar de Caseros, el Ejército Grande, había puesto fin a dos décadas de hegemonía rosista y allanaba el camino hacia la organización nacional promovida por el General Justo José de Urquiza.
La formalización del Acuerdo de San Nicolás fue la consecuencia de aquella batalla decisiva para el devenir del país que, entre sus disposiciones más importantes, estableció la reunión del Congreso General Constituyente, a la que no adhirió Buenos Aires.
El centralismo de aquella ciudad portuaria no deseaba perder sus privilegios, expresados en el control de las rentas aduaneras y el poder político. Y la revolución del 11 de septiembre significó, en consecuencia, su autoexclusión. Pero Buenos Aires no se conformó con la actitud secesionista, sino que intentó abortar la realización de las deliberaciones que se desarrollaban en la vecina provincia.
La planificada invasión a Concepción del Uruguay fue una de las estrategias adoptadas por el centralismo porteño para detener el proceso institucional en marcha. Y con tal propósito preparó una expedición naval comandada por los generales Juan Madariaga y Manuel Hornos.
Previamente, el general Hornos invadió y se apoderó de Gualeguaychú, y con idéntico propósito Madariaga navegó río arriba para desembarcar el 20 de Noviembre en el saladero de “Santa Cándida”, con una flota integrada por el vapor Merced y siete buques de vela.
La gloriosa jornada del 21 de Noviembre tuvo en la convicción y heroísmo del vecindario uruguayense sus mayores méritos, bajo la conducción militar de una autoridad que estuvo a la altura de las circunstancias.
El entonces responsable de la Comandancia de la ciudad, el teniente coronel Ricardo López Jordán, organizó las fuerzas y su determinación quedó cabalmente demostrada frente a los parlamentarios de Madariaga que exigían la rendición de la villa, a los “que no quise admitir, manifestándoles que no reconociendo en Madariaga otro carácter que el de un traidor sublevado contra la autoridad nacional, no podía ver en su desembarque con fuerza armada sino un acto de piratería, que lo inhabilitaba para ser considerado con ninguna representación legal” (1), según su testimonio.
El combate transcurrió durante poco más de tres horas. Y la intensidad de la lucha quedó patentizada en el gran número de bajas: 24 de la defensa y 110 de las fuerzas invasoras. Los dramáticos enfrentamientos ocurrieron en las inmediaciones del centro de la ciudad y, entre otras acciones de extraordinaria valentía, la crónica evoca el piquete del sargento mayor Pedro Juan Martínez para desbaratar la furiosa carga del invasor en la esquina sudeste de la histórica plaza. El enfrentamiento culminó alrededor de las dos de la tarde, con el retroceso y el desbande de las fuerzas enviadas desde Buenos Aires.
El comandante Teófilo de Urquiza, el coronel Bernardino Báez, los tenientes Mateo Sastre y Francisco Arias, y los vecinos Nicolás Jorge y Benigno Cabral fueron los subordinados a los que Ricardo López Jordán dedicó encendidos elogios, pero en el parte dirigido al General Urquiza, el jefe de la comandancia destacó especialmente el rol protagónico de un vecindario con coraje.
La Heroica Defensa de Concepción del Uruguay es un acontecimiento central en los decisivos años de la organización nacional, que permitió la realización del Congreso General Constituyente, iniciado un día antes en Santa Fe. Y forma parte de una sucesión de hechos históricos vinculados con el mismo propósito, que comenzaran con el Pronunciamiento (1º de mayo de 1851) y culminaran con la sanción de la Constitución Nacional, exactamente dos años después: el 1° de mayo de 1853. Todos ellos indeleblemente unidos a la pequeña villa que setenta años antes fundara Don Tomás de Rocamora.